Salía con mucha prisa para aún coger el súper abierto. Llevaba con mucha tristeza un juguete para tirar (por no conocer a nadie pequeño a quien pudiera regalarlo).
Hice mis compras muy contento hasta que, después del lector (¿lectora?) registrar el yogurt y la cerveza, darme cuenta que había olvidado en casa cualquiera manera aceptable de hacer el intercambio de mercancías… (pregunté si era posible esperarme porque moraba cerca y blabla…) …y en el retorno, la compra ya estaba toda empaquetada (¿embolsada?).
En la (re)vuelta para casa, ya caminando muy despacio, miro un niño acercándose a la ubicación estratégica en que había expuesto el juguete. Su alegría por el encuentro, junto con el consentimiento de su padre, fue una mirada que me lleno de plenitud. ¡Un gran auto-regalo!
…ya el encuentro y la conversación con la jefa en una discoteca quedará para otro día…
Aludindo... ¿tu móvil ya cambió de religión?
Escenas
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